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martes, 14 de junio de 2011

Puntos de Vista

Colombia es un país de países y yo nací en uno de ellos, de cultura diametralmente diferente a la gran mayoría.  Gente de trabajo, imaginativa, luchadora hasta el cansancio. Descendientes de los viejos colonizadores provenientes de las montañas de Antioquia, que arribaron en busca de mejores horizontes al saber que las tierras situadas al occidente de las suyas eran óptimas para la agricultura, en especial para el cultivo del café;  sus mujeres muy bellas son famosas, por la liberalidad en el amor. E inclusive se afirma  que  los prostíbulos del país se proveen  en la gran mayoría de ellas, o de una población en el norte del departamento de Antioquia. Esa mala fama surgió paradójicamente, por qué un distinguido médico que había viajado a Estados Unidos a especializarse en salud pública, consiguió después de muchos esfuerzos que la municipalidad autorizara una campaña profiláctica con el fin de examinar y  carnetizar a todas las mujeres del oficio, buscando reducir al mínimo los riesgos de transmisión de enfermedades venéreas a sus clientes.   El experimento fue tan exitoso que    de las  poblaciones vecinas y aun de los departamentos limítrofes viajaban expresamente   a mi ciudad  para someterse a los exámenes de rigor. En las fichas que se llevaban se identificaba minuciosamente a cada una y su lugar de nacimiento. A medida que se profundizaba en el análisis personal se concluyó que al preguntársele el lugar de nacimiento todas respondían que eran originarias de mi ciudad, lo que llevó a que en un estudio a escala  nacional al cual se habían enviado las fichas levantadas por la municipalidad, el porcentaje dominante fue el de mi terruño.          

Eso por supuesto afianzó la fama que aun hoy en día nos sigue rondando.

Mi niñez se desarrolló en forma normal. Estudié en un colegio en donde se educaban las niñas de la sociedad y nuestros más graves pecados consistían en volarnos del colegio para ir a cine. Asistíamos a bailes con los muchachos de nuestra edad, siempre acompañadas  por una de nuestras madres. Como todas mis amigas aprovechaba el más mínimo descuido de la chapetona de turno para darme un inocente beso con el muchacho que en esos momentos era mi preferido. Mi cuerpo se fue desarrollando espectacularmente y mis facciones se perfilaban como las de una mujer bella para envidia de mis condiscípulas y amigas y   motivo para que  los muchachos que nos frecuentaban se enamoraran perdidamente de mí. Eran enamoramientos pasajeros y yo los tomaba en la misma forma. Con muy pocos formalicé un romance y desde esas épocas yo era quien escogía y aun sigo siéndolo. ¿Cuál es el hombre que me llega y me hace vibrar? Aun no lo sé. Solo sé que como mujer que soy y cuando mis  miradas se cruzan con las de algún hombre y ese hombre me gusta,   me las ingenio para atraerlo. Lo demás se va dando espontáneamente. ¿Que qué me gusta del hombre que me atrae?    No me interesa averiguarlo. Me gusta y basta. El tiempo y el trato lo irán definiendo.  No tengo un prototipo específico. No me importa  que  tenga o no una buena educación, ni tampoco su trabajo, ni su posición social.  En mis relaciones me gusta la libertad, detesto el estar amarrada a alguien,  por eso soy quien escoge, y quien da las pautas para que esta se mantenga. De lo contrario me sentiría apabullada y dominada por el macho. Soy la capitana y la capitana es la que dirige el curso de la nave. En esa forma me queda el camino abierto y puedo acabar el apaño  cuando yo lo disponga. Sin embargo me es imposible vivir sin tener un hombre a mi lado. Amo a los hombres, pero amo mucho más al olvido. Cuando no lo tengo lo busco con afán y cuando lo encuentro lo utilizo y lo desecho.

Pero eso no solamente me pasa con los hombres. Me ocurre con todas las relaciones sociales. Cuando la gente me conoce me busca y quiere establecer relaciones de amistad conmigo. Las recibo con gran entusiasmo la primera vez, pero me las ingenio para que no me vuelvan a visitar o invitar a sus casas. Eso por supuesto conduce a que mi núcleo de amigas se reduzca a dos o tres. No tengo ningún interés en tener relaciones sociales, amigos o amigas  



Como todas las madres con niñas de mi edad, la mía  se dedicó con  la ternura que podía dar a dirigir mis  primeros años, sin escatimar los medios necesarios para cubrir todos los caprichos, todas las solicitudes, y todas las exigencias que en el trascurso de mi niñez   y de los subsiguientes años se me antojaban. ¿Que  la niña llora?  ¿Qué querrá la niña?  ¿Que tienes hijita que te noto triste.   Y  mis deseos se volvían órdenes y mis caprichos, gracias propias de la edad de la nena. Ella con el tiempo irá madurando y verán como será toda una dama que causara envidia entre las de su generación. Como efectivamente lo fui. Mi cuerpo como dije anteriormente se fue desarrollando en forma escultural. Indudablemente fui una adolescente hermosa y aun sigo siendo una  mujer bella.   La naturaleza me colmó de gracias físicas,  pero fue parca en aquellas necesarias para el desarrollo  de mi  personalidad. Solo con los años me percaté de ello. No por mí misma sino por qué uno de mis hombres me lo enrostró,  antes de empacar maletas para nunca más volver.   Mi padre, un hombre sin mayores estudios  ni cultura,  trataba de ocultar su ignorancia, con la  muletilla, “ sí, yo ya eso lo sabía, es más” y repetía en seguidamente lo que  acababa de decirse.  Creó, por no decir que estoy segura, esa carencia de cultura le creó grandes complejos, volviéndolo un hombre egoísta hasta la médula de los huesos, asocial y enfermo pesimista, para quien fuera de él o de lo que  decía o pensaba todo era basura indigna de tenerse en cuenta. Era de un sectarismo político enfermizo y nunca pude saber por qué ese odio a los militantes diferentes al partido  que pertenecía. Rara vez  tocaba el tema y si lo hacía era para expresarse en términos desobligantes de sus contrarios políticos. Siempre he pensado que fue  su A D N, y no el de mi madre,  el que marcó mi personalidad, y curiosamente  en plena madures,  uno de los tantos  hombres con los que tuve amoríos me llamaba Doña, agregándole al Doña, el nombre de mi padre. Hasta ese momento estaba convencida de ser una mujer total. Esa fue mi educación. Sin embargo esa trastocación me hizo meditar, mas no caer en cuenta de lo que significaba.



Mis hombres han sido muchos, muchísimos. Pero en verdad ninguno.

Durante los primeros años de mi adolescencia tuve muchos  amigos pero ninguno me hizo sentir lo que yo ansiaba. Y aun hoy en día confieso paladinamente que ninguno  marcó hacía el futuro.





Me casé siendo muy joven con un exitoso profesional, dedicado de tiempo completo a su trabajo, con quien muy rápidamente engendré un hijo. Era comedido, responsable y respetuoso, y su mayor ilusión se basaba en  crear las bases para una feliz y cómoda vida futura. Su trabajo le embargaba todo el tiempo, mientras  yo permanecía en casa dedicada a leer toda clase de literatura sin orden ni método,  especialmente literatura que tuviese que ver con filosofías que hablasen de la teología, de la liberación y de la explotación de los más necesitados por los poderosos de turno. Muchas veces quise sumarme  al grupo de jóvenes mujeres que se habían unido al grupo llamado de Golconda  que predicaban la revolución socialista y la toma del poder por las armas a través del ingreso al E.L.N.. Ejército de Liberación Nacional,  muy en boga para la época que estoy narrando. Pero todo se quedó en proyectos. Se decía era el sarampión izquierdista, del cual muy pocas de mis amigas en ese momento lograron liberarse. A todo ello le mezclaba  novelas románticas identificándome con sus personajes, buscando algo que no sabía que era, pero  creía que existía. Todo ello   fue  creando en mi personalidad una serie de inquietudes que con el tiempo le fui trasmitiendo a mi esposo, e hizo que afloraran  los defectos que mi padre me transmitió y que mi madre no supo corregirme.  Cuando mi esposo llegaba después de su jornada de trabajo solo encontraba reproches y reclamos. Él con  ánimo de no afectar nuestro hijo  guardaba silencio. Pero de nada valía su prudencia. Decidí entonces plantearle nuestra separación, argumentando mi imposibilidad de vivir amarrada a alguien, y él con dolor en su alma la aceptó. Resolvimos que el hijo se quedaría conmigo, como efectivamente sucedió.



Tuve la fortuna  de conseguir prestada  una casa de campo  cerca de la ciudad en que vivía al momento de la separación y  me fui a vivir en ella. Me dediqué al ocio total durante un año al cabo del cual desperté del golpazo  causado por la separación y me dediqué a salir con todo aquel que me lo pidiera. No me importaba su edad, su posición  social, su fama, buena o mala. Me importaba solo  aplacar la sed de la frustración, y bebí  en todas las  fuentes, contaminadas o no. Fueron  encuentros muy cortos, traumáticos,  que nada positivo agregaron a mi vida y  en vez de calmar mi ansiedad en la   búsqueda de la serenidad  afianzaron con más fuerza mi inestabilidad psicológica. Entré en contacto con amigas que por razones de su trabajo tenían que viajar a otras ciudades y a través de ellas conocí  personajes tristemente  famosos. Uno de ellos me obsequió un valioso brazalete adornado con esmeraldas y diamantes, el cual  devolví. Supe que su extrañeza fue total, pues no estaba acostumbrado a esa clase de desplantes.



Fue pasando el tiempo, y con su fluir  el cuidado del  hijo y la necesidad de  ganar dinero para el mantenimiento de la casa, a pesar de que mis padres generosamente me ayudaban. Mis angustias  se fueron aplacando, y empecé una larga relación con un hombre con el que viajé por diferentes partes del mundo. Siempre  nos veíamos durante  los fines de semana. Fue una relación traumática y nada constructiva.  Mi familia sabía de su existencia pero nunca quiso aceptarlo, ni yo hice lo necesario para ello.  Era profesional y según rumores cultivaba aberraciones que nunca pude comprobar, aunque sus comportamientos lo hacían sospechar.

Algún día    supe tenía una novia con la que se casaría en unos meses. Rompí con él, y volví a recorrer el camino que ya había andado hacía unos años, de abrazo en abrazo,   hasta que  me relacioné con un hombre casado, que me visitaba algunos días a la semana, y con frecuencia  salíamos a almorzar a los restaurantes de moda.



 Como con la relación anterior, nada positivo aportaba a mi vida, pero era un hombre, y eso para mí era fundamental. Su destreza para las cosas del amor no llegaba muy lejos y en multitud de ocasiones me vi obligada a terminar la relación  masturbándome. Y de su conversación y trato muy poco pude aprender.



Cualquier  día resolví llamar a una de mis pocas  amigas pues no he sido muy amigable para comentarle que tenía la sospecha de que mi amante  repartía su amor no solamente entre  la  esposa y yo, sino con otra,   y la invité a que  visitáramos  los centros nocturnos de diversión que él en diferentes conversaciones me había dicho  acostumbraba frecuentar. Lo encontramos en compañía de una de sus viejas amigas, y de nuevo me dediqué a buscar nuevos abrazos. A borrar el amor con otro amor.

Siempre fui con mis hombres dedicada, delicada y tierna. Les insuflaba tranquilidad y seguridad. Acertaba en cada consejo que les daba así no me lo solicitaran. Como estudié una profesión liberal siempre pedí  al último que me acompaño,  profesional  como yo, los negocios  que llevaba para estudiarlos e insinuarle las formas más correctas  para su redacción final. En cuestión de negocios los dirigía   y aconsejaba sobre la manera  práctica para mejorarlos y aumentar su productividad. Socialmente convocaba a todas aquellas personas que por su posición de directivos en las empresas  podrían colaborar en el mejoramiento de los mismos y nombrarlos  como asesores, especialmente al último con quien viví. Me convertí en  su  jefe de relaciones públicas  y por medio  de  invitaciones a la casa, que pretextaban ser sociales,   conseguí se le otorgasen negocios de alguna consideración.

Lo conocí  en una fiesta en casa de una de mis amigas y  me impactó desde el primer momento, hasta el punto  que resolví hacer lo necesario para entablar una relación estable con él. Él, como yo, vivía solo en una casona rodeada de jardines,  que parecía una pequeña finca en el corazón de la ciudad. Era bastante bien parecido, de gran simpatía, generoso, ingenuo y honesto. Con el tiempo me di cuenta que también quería sentar cabeza, formar un hogar y conseguir una pareja que lo acompañara hasta el fin de sus días. Acostumbraba repetirme que su gran ilusión era una mujer  como yo para disfrutar  los momentos de dicha y poder  recostarse en su hombro  cuando la desdicha llegara. Y todo se dio sin que tuviera necesidad de forzarlo. En menos de un mes empezamos a  planear vivir juntos, auque yo aun seguía viéndome con mi amigo casado,  quien después de hacerle las recriminaciones por lo sucedido en el bar, continuó frecuentándome.  Vinieron, como era mi plan, las invitaciones  para que me mudara  a su casa y organizáramos nuestro futuro  como siempre lo había soñado. Para estar más cercano a    consiguió una  oficina  junto  a la casa, y adquirió   la costumbre de llegar a almorzar todos los días. Fueron tiempos maravillosos. Gracias a mí muchos de sus negocios se expandieron y a medida que pasaba el tiempo intuí lo importante que me había vuelto en su vida. Más que importante, me había vuelto necesaria. Siempre he sido una mujer de una generosidad desbordada, lo que me impelía a ayudarlo en todo lo que fuera preciso, así él no me lo solicitara. A las reuniones sociales que nos invitaban asistía llena de entusiasmo,  porque para él eran prioritarias, pues allí se  encontraría con amigos y dirigentes empresariales y políticos,  fundamentales  para el desarrollo  de su trabajo.

Aunque no he sido una buena cocinera  me adapte a todos sus gustos tanto en el  comer como en el vivir cotidiano, y aprendí a querer a todos  sus   empleados,  especialmente a la empleada de la cocina que como los demás llevaban más de veintidós años a su servicio. Todos ellos llegaron a respetarme y a quererme, lo mismo que una vecina bastante anciana con la que mi nuevo amigo mantenía relaciones muy cordiales. Con respecto a las reuniones que él acostumbraba realizar en la casa los fines de semana las promoví y, por supuesto, además  de ganarme el cariño de los concurrentes, me volví el centro de ellas. Se me felicitaba  por las magnificas atenciones que les brindaba, las que siempre acompañaba con deliciosos  canapés y música variada. Aun hoy en día no entiendo  por qué muchos de sus  viejos amigos  dejaron de concurrir a las veladas de los viernes o se disculpaban para no asistir a otras.  A la decoración de la casa me dediqué con gran entusiasmo, y fui  imponiendo mis criterios y mis gustos, sobre los que tradicionalmente se venían haciendo. 

Me  desvelo pensando cuál es la falla que hace que ninguno de los hombres con los que he tenido relaciones  haya permanecido a mi lado y debo confesar que  no la encuentro. En cuestiones de sexo he sido totalmente libre, me fascina  hacerlo, me divierto grandemente y me gusta me dirijan.

Es por eso que quiero saber por segunda persona qué ha sucedido, cuál es el punto flaco de mi personalidad  y de mi comportamiento  que no me permite mantener una relación duradera. Todo se daba según las pautas con que fui  educada. Jamás distorsioné los principios y enseñanzas con que fui levantada, luego no entiendo el porqué de la cortedad de mis relaciones.  Alguna vez consulte con una de las personas de mas confianza, mi peluquero, que como todos ellos era Gay. Era mi confidente y yo la suya. Solamente atinó a decirme que el problema no era mío, sino de todos los hombres que había tenido. Tú eres perfecta, una mujerona, hembra inigualable y estoy segura que en el catre eres irrepetible. La mujer ideal. Lo que sucede es que eres incomprendida; a los hombres lo mejor es no tratar de entenderlos; tú no alcanzas a imaginar lo que yo he sufrido con mis parejas. Gas hombres, aunque sean necesarios. Para amarrarlos vuélvete indiferente, encóñalos hasta la locura e inmediatamente se volverán unas ovejas. Después que eso ocurra, trátalos con rudeza, sin compasión. Única manera de tenerlos a tu lado, si esa fórmula no funciona   espera yo te presento a uno de mis clientes al que le he venido hablando de ti, para que limpies nuevamente tu dolor. Con él podrás beber en las fuentes más insospechadas del placer. Aun no sabes de lo que te has perdido. Te lo digo yo, loca perdida.



Todas esas reflexiones me dieron fuerza para hablarle  al  hombre que en esos momentos vivía conmigo   sobre sus defectos y carencias y de la falta de inteligencia para entender a una mujer que como quedó dicho era totalmente sobresaliente en todos los campos en que se me analizara.

Fue una noche de plenilunio   cuando lo invité   a que me acompañara a contemplar la infinita grandeza del universo desde el balcón que en repetidas oportunidades había sido testigo de nuestras confidencias y caricias. Muy cerca el uno del otro y con sendas  copas en nuestras manos, le  hice un recuento de lo dichosos que habíamos vivido, de todo lo que había aportado para que él se sintiera cómodo, de cómo con cada uno de mis comportamientos cotidianos  buscaba  solamente  su tranquilidad   y dicha,  haciéndole notar lo importante que yo  era para él y para su futuro. Ten en cuenta  mi generosa dedicación,   mi liberalidad sexual a la que nunca le he puesto  límites. Has usado  mi cuerpo como lo has querido, por qué es tuyo, lo has llenado de placeres distintos, a pesar de que los he  conocido  casi todos. Contigo quiero seguir sumergiéndome todos los días en los que me has iniciado. Afila tu imaginación y penétrame hasta el delirio. Que no quede ningún centímetro de mi cuerpo al cual tú como adelantado del amor no hagas vibrar de pasión. Déjame totalmente explorada, para seguir soñándote  mientras viva.

Seguidamente le  enumeré   los magníficos dones con que la naturaleza me había dotado, para terminar invitándolo a que hiciese un crudo balance  de los años que juntos habíamos compartido.

Me miró sin pronunciar palabra y un largo  silencio llenó el ambiente.

Cambió el rumbo de la  mirada y se absorbió en su mutismo.



( Llevo dos años viviendo con la mujer que pensé era la más indicada para formar un hogar modelo. He tratado desde el segundo día en que se mudó  a vivir a mi casa de entender sus comportamientos y solo respuestas negativas encuentro a ellos. La mitad del mes se comporta como la más cariñosa entre todas, y la otra mitad  respira agresividad. Por el más nimio detalle se traslada a dormir a otro lugar.

 y al solicitarle una explicación del porqué empieza a fabular y a imaginarse cosas y situaciones que nunca han sucedido. Pasado el incidente muy pocas veces reconoce su error y precipitación. Busca siempre a alguien en quién descargar sus iras   y por supuesto ese alguien tiene que ser una de las personas más cercanas. Imaginó que una de mis antiguas empleadas,  la cocinera, le estaba haciendo maleficios  y se dedicó a desacreditarla con el único fin de que la despidiera y yo en aras de la tranquilidad la despedí, con inmenso pesar. Rápidamente la   reemplazó con alguien que trabajaba  por horas,  que no sabía cocinar y que dejaba el trabajo  a las cinco de la tarde, viéndome obligado  a cocinar mi propia comida y a regresar a la casa antes de las cinco de la tarde para que  pudiera irse. Situación que se fue repitiendo con los demás empleados.



Y qué decir de nuestro primer viaje al exterior. Íbamos llenos de contento.

Viejo: este será un viaje inolvidable. Nuestro destino Cuba. Llegamos al aeropuerto de la Isla después de un tranquilo vuelo. Inmediatamente nos hicieron pasar a inmigración en donde nos atendió una bella isleña vestida de militar. Pensando que una galantería de mi parte aflojaría lo riguroso del trámite aduanero, y sin intención de ninguna índole le dije que era la primera vez que un policía de aduana me parecía hermoso. La aduanera sonrió y me dio las gracias por el piropo tan retrechero, y al voltear hacía mi compañera me espetó sin limitarse en lo más mínimo. Es que a Ud. no le gustan sino las sirvienticas. Afortunadamente para ambos ninguna de las autoridades escuchó  el improperio.

Mañana comeremos con unos buenos amigos que ocupan posiciones destacadas en el gobierno. Puedes estar segura que te divertirás, es gente culta e interesante. La velada transcurrió animadamente y  cuando   nos habían dejado en el hotel, me notificó que no volvería a salir con mis amigos por qué uno de ellos le estaba poniendo las manos encima de las piernas por debajo de la mesa del restaurante. Está  bien, le conteste. No volveré a salir con ellos, pues no tiene calificativo lo que acaban de hacer contigo.  Estas fueron las primeras fábulas que imaginó y que durante el viaje a Cuba se repitieron a diario  en los mas diferentes escenarios.  Como yo no había penetrado aun en su personalidad, creía  en lo que me decía.  Logrando conseguir que jamás volviera a invitar algún isleño a que nos acompañara. Apenas con el correr del primer año empecé a barruntarlo. Nunca  puse en duda lo que  decía, todo lo aceptaba como una realidad. Más que un viaje de placer fue un viaje de rompimiento con mis viejos amigos, a quienes hoy disculpo por el comportamiento enfermizo de ella. Y para cerrar el viaje con broche de oro,  resolvió, frente a una dificultad que tuvimos a la salida del país, espetarle a voz en cuello a una oficial de la aduana. “Enana asquerosa”. Estuvimos detenidos todo el día en el aeropuerto y solo nos permitieron salir del país al día siguiente.

          

 La frase de “a Ud. no le gustan sino las sirvienticas” la sacaba   a diario de su arsenal. Si elogiaba la belleza de una presentadora o actriz de televisión de inmediato la sacaba a relucir, hasta que resolví no volver a opinar sobre ninguna mujer frente a ella para evitar las injurias. Cuando por razones de trabajo  invitaba a algunas personas a la casa, los posteriores  comentarios acerca de los asistentes  eran siempre desobligantes  utilizando un vocabulario que nada tenía que ver con el juicio que pretendía hacer sobre los contertulios o con el carácter o personalidad de los mismos.  No había día en que no vaciase  su veneno sobre aquello que yo  admirase o elogiase. No importaba que fuese hombre o mujer. Y se fue dando un proceso de castración que al fin hizo explosión.

Puede Ud. estar segura que no permitiré que me castre como es su intención. Soy un hombre de carácter y de carácter fuerte.  Jamás  podrá amedrentarme, y si de un tiempo a esta parte no he vuelto a opinar sobre ningún tema o sobre cualquier hecho, es para evitar disgustos.  Ud. es el vivo retrato de su padre. Egoísta, ignorante, insegura y desadaptada, nadie para Ud. como para él es una persona de valía. Son los castradores por excelencia.

En el tiempo que llevo conociéndolos nunca he oído conceptos positivos acerca de alguna persona, entidad o institución. Ahora entiendo por qué no tienen amigos, ni  nadie los visita.

Desde hace algún tiempo me acosan infinidad de interrogantes con respecto a su vida. ¿Por qué nunca ha durado más de tres meses en los puestos o cargos que ha desempeñado? ¿Por qué ninguno de los hombres con los que ha tenido relaciones ha resuelto organizarse con Ud.? ¿Por qué en el tiempo que llevamos viviendo juntos nadie la visita? ¿Se ha dado cuenta que a través de los años se ha matriculado en clases de pintura, cerámica, vitrales y otras muchas más y que pasados los dos primeros meses se retira esgrimiendo las excusas mas baladíes? -¿Se ha dado cuenta que como profesional   no sabe escribir un memorando  y menos  una carta netamente comercial? -¿Que ninguno de los libros que empieza los ha terminado a no ser novelas rosa?

¿ Se ha dado cuenta que pasa la gran mayoría de su tiempo viendo telenovelas o conversando por teléfono con su amiga del alma y asesora sentimental como el peluquero?

Cuando alguien la conoce, queda encantado y busca establecer unas  buenas relaciones sociales.   Se visitan una vez  pero nunca  perduran.

Y a medida que pasaba el tiempo manaban los más  recónditos recuerdos.

Y pensar que cuando la conocí me dijo con  suavidad y ternura. Viejo, sabes, a todos los hombres que he amado les he insuflado paz y tranquilidad en sus espíritus. Por eso ninguno me olvida.  

Puede ser que esté equivocado, pero si lo que ella llama paz espiritual, para mí fue  desolación, delirio. Y ante las  presiones a que estuve sometido con sus extraños procederes debí  confesarle  con franqueza hiriente,  que  había pensado en  suicidarme como fórmula salvadora para no tener que seguir viviendo con ella. Nuevamente volví a equivocarme, pues busqué solo su cuerpo y olvidé penetrar en su alma. La batalla la ganó el deseo. El alma tonifica y afianza la relación  y el cuerpo termina por perder su atracción.        

 Odiaba el asistir a reuniones sociales, a  matrimonios,  cócteles e inclusive veladas  de amigos. Dejé de asistir a ellas, pues su único querer era que permaneciéramos todo el tiempo juntos. Que nos tomáramos de las manos y nos dedicáramos a soñar. Que planeáramos viajes, puesto que debido a su inestabilidad psicológica no podía permanecer mucho tiempo en un lugar. Los viajes eran su desfogue y su terapia. Al regreso   era notorio el  cambio en su  conducta.  Era la  única forma de estabilizarla.    Por supuesto, los negocios se fueron acabando, las invitaciones a reuniones sociales se terminaron y empecé una vida de anacoreta, dedicado solo  a lo que ella solicitaba. Era tal su egoísmo que hasta las llamadas telefónicas se fueron espaciando. Si contestaba al teléfono y daba la casualidad de que era alguna voz femenina, en el acto  empezaba el discurso y el reproche porque la persona que llamó simplemente preguntó por mí y no tuvo la delicadeza de saludarla. Esa función se repetía en cada llamada, fuera hombre o mujer.



 Avanzaba   la noche, el silencio  continuaba   siendo nuestra compañía; de cuando en vez nos mirábamos las caras, sonreíamos y veíamos   cómo las  intrusas nubes negras precursoras  de lluvias mañaneras  cubrían con su manto a la romántica Selene. Serán únicamente indicadoras de lluvia, o  mejor presagiadoras de sucesos que ocurrirán en nuestras vidas, con su mismo color. Algo desde lo más profundo de mi inconsciente me decía que eso mismo sucedería a mi vida y que después de un negro anochecer aparecería el claro renacer. 

Aun sin pronunciar palabra, la tomé de la mano, la conduje a nuestro lecho y esa noche yací con ella hasta el amanecer, como nunca antes lo había hecho. Me entregó su alma entera, me dono su cuerpo sin restricciones y me pidió lo recorriera con besos y caricias. Que la sellara con mordiscos de amor y que la hiciera alcanzar la plenitud.

Muy de mañana desperté, le di un beso en la frente,  salí de la alcoba, empaqué mis pertenencias y emprendí  un  viaje sin regreso.                                

     


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